miércoles, 11 de mayo de 2022

El amor me abrazó de frente




El amor me abrazó de frente.
-Fue de un tirón-
Cambiaba las bombillas y
mis dedos gordos
se atascaron en la lámpara.


Veía la foto de mi abuela y
se me ensanchaba el pecho.
La cama de la abuela tenía radio.
Yo giraba el sintonizador,
pero la radio era muda.


El amor me abrazó de frente.
Salieron de mis labios los días de mazorcas y
maíces pintos.
Tú escuchabas atento y, yo,aplicada,
seccionaba mi infancia.


El amor me abrazó de frente.
El periódico de la abuela con el hombre destrozado.
La abuela el jerez con huevo
los clientes de las siete de la mañana.


Mi abuela
armónica en los labios, prodigiosa de la tarde.
Mi abuela
las manos rasposas
que tejían mis trenzas.


El amor me abrazó de frente.
Mi abuelo
atravesado por un rayo.
Mi padre 
fugitivo de la rabia.
Mi padre
 tragado por el bosque.


El amor me abrazó de frente.
Mi otra abuela
la mujer joven
la mujer cebada,
hecha piedra para no llorar.


El amor me abrazó de frente.
Sus fuerzas se hundieron en mis ramas,
y yo
,pegada a la pared,
me desprendí
de la palabra
miedo.

lunes, 26 de abril de 2021

 Pico naranja 


un mirlo 

separa, frente a mi ventana,

hojitas y terrones de pasto mojado.


Cada picotazo es acompañado 

de una inspección general. Hay de todo aquí:

cuervos arrogantes

palomas amigueras y 

el frío que entumece las patas.


Si esto no cambia 

habrá que buscarse otro nido

 



miércoles, 8 de abril de 2020

Casa sin puertas



Me fui a vivir a esa casa cuando todavía no tenía puertas. Mi hijo me lo advirtió, me dijo: “Mire, mamá, yo me separé de la Lorenza y aún no he comprado muebles. Si usted quiere vivir así, es bienvenida”. Yo le dije que sí, que yo sabía dormir en el piso, sin imaginar qué tan dentro se le puede a uno meter el frío del cemento. Dormí un mes con puras cobijas sobre cartones, hasta que junté para mi cama. No quería seguir viviendo con mi otra hija y mi yerno. Había vivido por un año con ellos y la verdad ya ninguno veía llegar su hora. Por eso cuando mi hijo me contó lo del departamento que rentaba, yo acepté inmediatamente vivir con él.  Ya iría yo ahorrando, pensé para mis adentros, para ponerle puertas y ventanas a la casita del pueblo. Al departamento de la Carmen Serdán, llegué sólo con mi ropa y mis boletos arrugados de Guadalajara, no tenía nada más. Desde que supe que el Jenaro andaba con otra, me juré que no lo volvería a ver. Estábamos casados, pero me salí sin pedirle ni un quinto ni hacer ningún argüende legal. Así, comencé a trabajar como cocinera; yo había estudiado sólo la primaria y lo único que me atrevía a hacer era cocinar. ¡Y lo hice! Si usted quiere, por pura necesidad y ganas de sacarme de la cabezota al Jenaro. ¡Pero lo hice! Tanto me llenaba de gozo levantarme tempranito y abrir las ventanas de par en par, que comencé a vender desayunos en mi casa, para los niños de la escuela. Desayunos que más bien eran para las mamás que pasaban apuradas y sin el lunch para los chamacos. Le digo, señorita, que esta casa, así como la ve, pues me ha llevado diez años construirla. Ahora quiero echarle otro piso y hasta hacerme una terraza. Tengo mi carrito repartidor y voy todas las mañanas a vender fruta y sándwiches afuera de la escuela. En la tarde abro mi local y ahí ofrezco comida corrida. Ya le sé al negocio de la cocinada. No se me ponga triste, señorita. ¡Si yo le contara! Me ha pasado de todo. Buena tarde, señorita. Entonces, ¿cuándo vuelve para la entrevista? ¿Qué me dijo que estaba estudiando? Ándele, que le vaya bien. Y quite esa carita que todavía no me ha violado ningún cabrón.     

martes, 26 de marzo de 2019

Muchacho navío







Te ufanas en pronunciar tu nombre


                          muchacho             navío


sostente en mis barandales
hasta perder  el miedo.




Du prahlst damit, deinen Namen zu sagen

Schiff    Junge


halt dich an meinem Geländer fest

bis die Angst weicht.

martes, 16 de mayo de 2017

Presentimiento








Ya a primera vista

tuviste el presentimiento  

que tus manos

se ahogarían

que a tu cuerpo

lo carcomería la angustia.



Contasté tu historia con la certeza

que tus palabras serían degolladas una

tras otra.




ladrona de la noche

loca de tu dolor,

mecedora de fetos,

almacenadora de torturas.


Partida en dos

por tu propia boca.

lunes, 16 de enero de 2017

PSICOSIS… POR AHORA


Toluca, México, 4 de enero del 2017. “Nadie puede salir de los vestidores”, dijo una voz que no supe de dónde provenía. “Están entrando a las tiendas para saquearlas y recibimos la orden de bajar las cortinas, nadie puede salir hasta que no hayan pasado los manifestantes. Ya desmantelaron otros comercios en el centro”, explicaba la empleada.
Me vi entre vestidos que aún no me había probado y el miedo a que los delincuentes me despojaran de mis pertenencias. En esas estaba cuando un hombre abrió violentamente la cortina del vestidor con el pretexto de buscar a su novia, pues la angustia de lo que pudiera pasar lo había trastornado. No pensaba ni se le ocurrió preguntar nada antes de entrar en pánico. Cuando la encontró semidesnuda, quizás ajena al terror de los demás, se dio cuenta de que estaban atrapados en ese piso bajo y que la amenaza del asalto los había hecho zozobrar.
Las vendedoras dijeron desde la entrada de los probadores que avisarían cuándo salir. A pesar de la advertencia no quise quedarme. Salí, entregué los vestidos sin habérmelos medido para ver lo que pasaba afuera. Pero en el piso de arriba el ambiente era casi normal, aunque las cortinas seguían abajo. Las vendedoras animaban a pagar porque no querían que los clientes se fueran sin consumir.
Con mucho miedo pero mayor curiosidad, me asomé por las rendijas y lo que vi me desconcertó porque no pasaba nada.
La gente caminaba, otros comían, se entretenían frente a los comercios y se dirigían, en ruta de choque, hacia el miedo que había bajado aquellas cortinas. Eran los mismos que, a pesar del 20 por ciento de aumento a los combustibles, insistían en vivir con o sin gasolinazo.
Salí y caminé sobre la avenida Miguel Hidalgo, aún en el portal, con la intención de escapar. Llegué a la Vicente Villada sin ver más que gente sentada en las escalinatas de la plaza Gonzáles Arriata celebrando las bromas de los payasos, niños comiendo helados y adolescentes compartiendo bolsas de papas. En la esquina de Hidalgo y Villada un grupo de policías usaba radios para reportar que estaba todo en orden. Algunos se les acercaban queriendo saber mientras otros se formaban confiadamente en los bancos, porque si la tienda de ropa cerraba, no lo había hecho la banca mexicana, donde filas de hasta cincuenta personas alcanzaba la entrada de otros comercios como la camisería Men´s Fashion. Entonces subí a un taxi y me fui.
A la horda maldita nadie la había visto.
Poco más tarde regresé al centro y lo que encontré fue que en la avenida Hidalgo circulaban los autos apaciblemente, aunque la mayoría de las tiendas habían cerrado.
Alacranaba una tranquilidad sospechosa.
Volví a la tienda donde dos horas antes me habían encerrado y pregunté cómo les había ido con los vándalos. Las dependientas me miraron desconfiadas y en voz baja, para que no las oyera el gerente, me dijeron que “no sabemos bien, pero los saqueadores vendrán mañana”.
Mañana. En la Noche de Reyes.
No dijeron, sin embargo, a qué hora sería la cita salvaje, aunque su rictus denotaba seguridad, al menos la seguridad del que sabe lo que sucederá sin duda alguna.
– Pero ustedes vieron algo- insistí.
– No los vimos, pero van a venir.
Oooqueeeiii.
Salí desilusionada de la tienda. Esperaba un relato violento, encontrarme con el local reducido a polvo, quizás algunos golpeado –dios no lo quiso- y, en pocas palabras, la ciudad arrasada.
Inmersa en la ficción de una guerra que al menos en Toluca no pasaba del Facebook, me dirigí a la avenida Juárez en busca de los saqueadores fantasmas. La luz de la esperanza se atravesó en mi ruta porque, de pronto, una muchedumbre a la entrada del viejo centro comercial Woolworth, prometía el Mictlán. Me acerqué para preguntar qué pasaba, por qué estaban ahí. La tienda estaba repleta del todo.
¿Entonces? ¿Cómo? ¿Por cuáles calles pasaron? ¿De qué me perdí? Hasta pensé que me habían cambiado la ciudad.
Y es que, en serio, la gente esperaba en las puertas con algo en sus manos. Al principio creí que la multitud era parte de los saqueadores rezagados, esperando su turno. Un segundo después y desde mi amargor supuse que aguardaban por algún tipo de caridad, limosna o sobrantes de aquellos que salían cargando empaques de superhéroes reducidos a simple plástico.
Pero no.
Lo que tenían en las manos y sostenían como un tesoro eran bolsas de basura. Enormes, negras, sin fondo, necrófagas, fúnebres bolsas de basura.
Valían cinco pesos. Cinco miserables pesos y quienes las compraban lo hacían porque no querían que sus hijos –remember Día de Reyes- se desilusionaran si por casualidad los vieran llegar suplantando al tal Melchor y sus socios.
Había que aprovechar.
– Cinco pesitos, señorita- dijo uno de ellos.
Aproveché para preguntarle si había visto a los manifestantes.
No.
Insistí y le conté mi experiencia en la tienda de ropa.
No, no había visto nada y eso que tenía horas vendiendo ahí.
No. Entonces no. Y no.
Seguí caminando sobre el portal, ya ennegrecido por la tarde y la falta de luz, esas bombillas fundidas como esferas de Navidad.
Hice un par de fotos.
Pasaban patrullas y camionetas azules desde Instituto Literario hasta Quintana Roo presumiendo su poder. Enfrente de la Catedral pregunté a un policía que por qué.
Él me preguntó si era fuereña, porque si no sabría que “en Toluca nunca pasa nada. Aquí todo está tranquilo. Fue un chisme eso de los manifestantes. Donde estuvo rudo fue por allá, por el aeropuerto”.
Entonces –otra vez entonces- decidí irme a casa no sin antes mirar a los portales donde no habían caminado los vándalos aunque mañana se aparecerían y sembrarían el terror.
En las redes sociales se hablaba de una serie de asaltos a las tiendas Aurrerá, se enviaban videos de los saqueos, aunque apenas se reconocían cuerpos borrosos. Pensaba, mientras los veía, ya en casa, que el miedo devora las almas, como propondría Fassbinder en su película Angst essen Seele auf, o por lo menos las hace meterse a su casa y no sólo no cuestionar sino aceptar lo que los amos del país deciden y dar por hecho que el mal habita en el de enfrente, en el de abajo y no en las cadenas departamentales, en el sistema político y en una economía dependiente. Además de no ver que en un país donde el robo de las tiendas Soriana, Aurrerá o Walmart no sólo consiste en elevar los preciosos, sino en exigir, a través de las empleadas, un donativo o un redondeo.
“Tú eres el responsable de tu avance, de ti depende tu crecimiento”, dice el discurso de la venta. Con eso es fácil controlar, con la constante amenaza de perder. El mensaje que se nos ha mandado estos primeros días de enero es que siempre podrá ser peor si nos quejamos. Porque al quejarse y manifestarse, gente mala aprovecha la oportunidad para arrebatarnos el bienestar y la tranquilidad.

Mientras tanto, contemplemos las revueltas fantasmas en la capital de Enrique Peña.

martes, 29 de noviembre de 2016

Que nosotros




Para Miguel, Lenin y Afrodita.

Que la mano en la boca de los asistentes
Que tú narras la muerte de Julio César
Que no fueron los perros ni las ratas las que organizaran semejante carnicería
Que no se quería proteger a la familia Mondragón Fontes cuando la Comisión Nacional de Derechos Humanos decidió ocultar las fotografías de Julio desollado
Que no querían proteger a la madre del horror de ver a su hijo carcomido porque los funcionarios defendían sus empleos, aseguraban cheques, depósitos mensuales, nuevos compadrazgos
Que Afrodita, la madre, encerrada en su casa buscaba un lugar menos frío para su Julio, un lugar donde estuviera a salvo.
Que Lenin quería ver el cuerpo de su hermano aunque fuera sin rostro
Que Miguel tenía una escuálida certeza y encontró que el teléfono de Julio había sido robado
Que una sábana de llamadas
Que 31 actividades desde el teléfono del normalista
Que un mapa, un recorrido que hiciera Julio los últimos días y las llamadas desde las cercanías del CISEN
Que cuatro contactos telefónicos desde las entrañas del campo militar más grande de México
Que Julio decía que “yo voy a Ayotzinapa a hacer historia”
“Que yo nací”, le diría a su tío Cuitláhuac, “para ser normalista rural”
Que era el mismo hombre que dejara sin quererlo a Melisa, de dos meses, y a Marisa su mujer
Que yo conocería a Lenin y a sus tíos
Que Cuitláhuac, el 27 de septiembre de 2014, se negó a firmar el homicidio calificado como le sugerían los empleados de derechos humanos o la conversación entre los trabajadores de la Procuraduría valorando cuánto habrían pagado por tal o cual muchacho
Que tres normalistas tirados en las planchas
Que así llevarían la muerte de Julio hasta su casa, hecha noticia
Que en Tenancingo, Afrodita, con las piernas entumidas y sin probar bocado rogaba que ese cuerpo que había ido a reconocer su Lenin no fuera el de su Julio
Que a Julio en el Camino del Andariego no lo mataron los Guerreros Unidos
Que a nosotros se nos seguirá llenando la garganta de piedras

Que nosotros seguiremos pensando que es el pueblo el que pone los muertos